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Política internacional

Las fronteras siguen supurando

Frontera entre Chiapas y Oaxaca, México, octubre 2018. Miles de personas centroamericanas migran a pie hacia Estados Unidos, en la primera caravana migrante. Fotografía de Asier Vera. @ASIERVERA


El pasado viernes 15 de enero una nueva caravana de migrantes hondureños ponía rumbo hacia Estados Unidos movidos por la esperanza y la salida de Donald Trump de la Casa Blanca. Unas 9.000 personas fueron recibidas con porrazos y gas lacrimógeno al otro lado de la frontera por el ejército y policía de Guatemala, tan solo dos días después de haber comenzado su travesía desde la ciudad de San Pedro Sula. La investidura de Biden como presidente de los Estados Unidos de América abre nuevas expectativas en torno a la política migratoria del país vecino, aunque no hay que olvidar que fue un demócrata quien inició la construcción del muro entre México y Estados Unidos en 1994.

La movilidad es la adaptación humana más natural y fundamental ante cualquier peligro, tal y como es patente en muchas esquinas del planeta. Centroamérica es una de las zonas con una relación más profunda y compleja con la migración. Mientras el sangrado de personas que deciden buscar una mejor vida emigrando hacia el norte es constante, las economías nacionales se nutren en gran parte de las remesas que estos mismos ciudadanos envían a sus familiares, constituyendo en el caso de Guatemala hasta un 13.8% de su PIB en 2019.

Miles de personas huyen de la violencia e inseguridad, del hambre, de la falta de servicios e infraestructuras básicas sanitarias, educativas y de vivienda, que asolan a las personas con menos recursos.

Ya son varias las caravanas migrantes que han salido de Honduras con rumbo al norte. La primera que se inició en octubre de 2018 llevó a que unas 7.000 personas llegaran hasta la frontera entre México y Estados Unidos. Nos encontramos, pues, con miles de personas que huyen de la violencia e inseguridad, del hambre, de la falta de servicios e infraestructuras básicas sanitarias, educativas o de vivienda, que asolan sobre todo a las personas con menos recursos en su país.

Este formato de diáspora aprovecha la fuerza de la comunidad y la mediatización como herramientas para enfrentar los múltiples obstáculos que se encuentran en el camino. Reducen así determinados peligros como estafas por parte de los “coyotes” —como son conocidas las personas que ayudan a cruzar la frontera a cambio de dinero—, robos, violaciones, etc. Sin embargo, se enfrentan a la represión de policía y ejércitos, una barrera que cada vez encuentran más al sur. Mientras la primera caravana pudo llegar casi sin impedimento hasta Tijuana, la frontera estadounidense, las caravanas posteriores han sido frenadas de manera violenta por los cuerpos y fuerzas de seguridad de los estados de México, Guatemala y Honduras. Estados Unidos ha externalizado con éxito el trabajo sucio al “patio trasero”.

Refugiados climáticas en Centroamérica

Mientras el cóctel de variables históricas, sociales y políticas hace de los países del llamado “Triángulo Norte”, Guatemala, Honduras y El Salvador, un nido de corrupción y desigualdad, la situación se agrava como consecuencia de la inacción frente al cambio climático. Y es que, dada su situación geográfica y los mencionados problemas estructurales, es una de las regiones con mayor riesgo de colapso ecosocial del mundo.

Algunas de las consecuencias directas de la crisis climática son el aumento de las temperaturas, las sequías prolongadas, las inundaciones o la pérdida de riqueza de los suelos, lo que a su vez está directamente relacionado con uno de los mayores problemas de salud pública de la región: el deterioro de los niveles de seguridad alimentaria. De hecho, la ONU calcula que alrededor de 50.000 familias perdieron cerca del 80% de su producción de maíz en Guatemala por la escasez de lluvias atípica que se sufrió entre mayo y agosto de 2019.

A pesar de ser una de las regiones con menos emisiones contaminantes, estos países son especialmente vulnerables a los efectos de la crisis climática, con consecuencias directas en salud, seguridad alimentaria, aumento de la desigualdad y de la violencia. Estos peligros afectan de manera más severa a la población más vulnerable, reproduciendo una relación directamente proporcional entre la desigualdad y la vulnerabilidad ambiental. Y todo ello está ya produciendo un aumento de movimientos migratorios dentro y fuera del país. Sin ir más lejos, entre los migrantes hondureños que forman parte de esta caravana se encuentran muchas personas que lo perdieron todo tras las tormentas tropicales Eta e Iota, que arrasaron parte del país el pasado mes de noviembre. El incremento de la virulencia de este tipo de catástrofes naturales y de la devastación que deja a su paso es otra de las consecuencias de la crisis climática en esta región.

Y esta tendencia no parece que vaya a parar. Así lo muestran algunos modelos de predicción, que pronostican en sus escenarios más devastadores que en los próximos 30 años alrededor de treinta millones de personas migrarán hacia la frontera sur de Estados Unidos provenientes de la región centroamericana y México, cifra que podría llegar a duplicarse si contamos con las personas migrantes indocumentadas. Cabe esperar que muchas de ellas lo hagan específicamente debido a los efectos del cambio climático.

Entre los gases de efecto invernadero y los gases lacrimógenos, ¿dónde irán los refugiados climáticos y migrantes?


Ana Pardo López, graduada de Filosofía, Política y Economía. Lleva nueve meses viviendo en Guatemala (como el COVID-19), donde trabaja de gestora cultural para el Centro Cultural de España en Guatemala.

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