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Sacar la voz: Chile hace ruido

Era 2011. Año recordado con nostalgia como uno de los más intensos del movimiento estudiantil chileno. Una masa de jóvenes de diversas edades se desplaza por la Alameda, la principal arteria santiaguina, en dirección hacia La Moneda, palacio de gobierno. De manera inagotable, cantan sus consignas durante el invierno capitalino. “Vamos compañeros, hay que ponerle un poco más de empeño: la educación chilena no se vende, se defiende” arengan. Mientras tanto, cientos de establecimientos permanecen ocupados por los jóvenes, quienes marchan cotidianamente por las calles de todo el país, realizan actos culturales, petitorios y ollas comunitarias para mantener sus fuerzas. 

La presión es tal, que el gobierno planea una reunión con ellos. Una fachada que, por paternalismo y falta de voluntad del ejecutivo, fracasó. Los oídos sordos a palabras tan legítimas fueron encauzando con mayor intensidad las demandas estudiantiles. Y más.

Foto: Francisco Contreras Munizaga

Así, a medida que pasaban los meses y años, ya no eran sólo estudiantes: se sumaban adultos mayores protestando por las pensiones de hambre; trabajadores hartos de “vivir para trabajar y no trabajar para vivir” que reclaman una reducción de las agotadoras 48 horas semanales; las naciones originarias en busca de reivindicación; y los activistas medioambientales defendiendo las “zonas de sacrificio” pero que varias veces aparecen sin vida. 

Este Chile, con muchas otras aristas más, fue catalogado, de manera delirante, por el presidente Piñera como un “oasis dentro de América Latina”. Sin embargo, lo que parecía un oasis para las élites y la mirada internacional finalmente era un espejismo. Un espejismo que de plaza Italia “hacia arriba” era muy creíble porque Chile es un país muy desigual pero también fragmentado, en donde un 1% de la población acumula el 33% de los ingresos del país y en el que ese porcentaje no interactúa con el resto, ni siquiera cuando recorre, de manera indiferente, estas poblaciones divididas por sus autopistas de alta velocidad. Este complejo movimiento social que se calentaba como una “olla a presión” próxima a estallar. Y, bueno, así fue. Chile había despertado. 

Fueron días álgidos pero históricos. Las élites horrorizadas, el presidente Piñera literalmente declaró la “guerra” a los manifestantes y casi todo Chile en las calles clamaba dignidad. Muestra anecdótica de ello fue un audio filtrado de la primera dama, Cecilia Morel, que, aterrorizada, se lamentaba: “es como una invasión extranjera, alienígena (…) vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”. 

Aunque no sea aparente o inmediato, muchas cosas han cambiado desde ese ardiente octubre de 2019. Chile está acabando con el último gran enclave de Pinochet redactando una nueva constitución democrática, con representantes elegidos de manera paritaria y con escaños reservados para pueblos originarios. Por primera vez los sectores conservadores y protectores del neoliberalismo no tienen poder de veto. Por lo mismo, han buscado maneras de deslegitimar el proceso. Pero la voz ya está instalada. 

La voz de los históricamente invisibilizados ha ido permeando en la opinión pública. Lo que se habla hoy era impensado hace 17 años, cuando el divorcio era ilegal, o hace 10, cuando el aborto era tabú. Los sentires colectivos están en transición. Esta transición significa un cambio de época, un cambio de significados comunes para la sociedad chilena. Que transita entre los patrones pantanosos de la dictadura militar, la cooptación de la toma de decisiones por parte de las élites partidistas en democracia y el neoliberalismo salvaje. A hablar de cambio climático, feminismo, descentralización, reivindicación de las naciones preexistentes y revitalización de los ámbitos “olvidados históricamente” como la ciencia y las artes. 

Esta transición significa un cambio de época, un cambio de significados comunes para la sociedad chilena.

El cambio de época provoca resistencias y peligros, como lo fue el ascenso de la ultraderecha en las últimas elecciones. Allí recae la importancia de dirigentes como Gabriel Boric, Izkia Siches, Giorgio Jackson y Camila Vallejo; quienes aportaron desde movimiento social por las transformaciones de vida, ayer como estudiantes, hoy como líderes institucionales del país y quienes, por azar o destino, mañana viernes, 11 de marzo, recibirán la banda presidencial de quien alguna vez los desestimó: Sebastián Piñera.

Parte de la canalización de esta voz será de su responsabilidad y la esperanza ha sido depositada en su futuro gobierno. No obstante, más allá de institucionalidad, este sentir se derrama desde Atacama a Tierra del Fuego, cruzando de los Andes al Pacífico. En todas las calles, plazas y organizaciones. A lo largo de todo Chile, aquel que haya sido invisibilizado estará alerta y ha de luchar por ella.

Por eso, el símbolo de al fin tener voz no tiene precedentes. Esto, cuando siempre nos quisieron callar a bastonazos, lacrimógenas o incluso quitando ojos y vidas a quienes protestamos por un Chile con justicia social. Y lucharemos para no perderla nunca. Sí, hablo en primera persona porque convoca. Nos convoca construir un país digno. Ya no puede esperar más. 


Francisco Contreras Munizaga. Politólogo y activista. Ha trabajado por la justicia social en variadas organizaciones en Chile. Tiene un posgrado en Políticas Sociales, Desarrollo y Pobreza; y actualmente cursa el máster de Políticas Sociales y Acción Comunitaria de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB).

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